Lo siento de una manera distinta.
Es una tarde de sol invernal, y
por encima, nosotros; admiramos la luz vespertina bañando los tejados del distrito.
Abrazamos tal motivo desde la ventana de
la habitación del último piso de un hotel.
Antes de ello, hubo mucha
conversación animada, camaradería, quizás un par de
tragos de vez en cuando y compañerismo. En ningún momento tomamos nuestras manos
más que al estrecharlas, ni sentimos la mínima necesidad de hacer público
nuestros más ocultos deseos.
Pero ahora que nuestra intimidad
queda expuesta ante el sol invernal, desde la ventana de la habitación de un
hotel; nuestros cuerpos se reclaman, las máscaras caen a medida que el deseo se
transforma en algo más que puro instinto. Es el placer de entregarse en cuerpo
y alma.
Envolviendo mis brazos en tu
tibio cuerpo, sintiendo nuestros espasmos y rudas exhalaciones, tus pupilas
dilatadas y mis caricias son nuestra forma de comulgar con el tiempo. Nuestra
tregua durante la tarde, nuestra vida durante el ocaso. Aún somos jóvenes en
nuestros deseos.
Nuestras sombras combatiendo en
la pared van desapareciendo poco a poco, los deseos e ímpetus han sido domados
como el buen cirquero hace con los leones más feroces, luces nocturnas
atraviesan nuestra ventana y para completar el motivo central de la escena, nos
encontramos recostados, mi amigo y yo, más desnudos que nunca.
Sólo un par de mágicas palabras,
lo demás es cursilería…
Inocentes risas, deseos de verse
otra vez, deseos de bienestar el uno al otro rodean el panorama final.
Nos despedimos.
El me ama, yo lo amo.
Lo sabemos.
Y somos sólo amigos.
(Entre dos chicos, no hay por qué
sentir celos... Los celos son propios de chicas)
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