La
mirada perdida y el vaso lleno.
Sentí
que la noche aún no estaba completa.
Me
paré en seco, fui hacia la barra y pedí un
par de cigarrillos. Examiné la pista
de baile con cierto aire de suficiencia. Era mi última noche, tenía que
aprovechar todas las oportunidades y exprimir las posibilidades al máximo,
moldearlas suavemente hasta convertirlas en hechos firmes y concretos.
Con
desgano terminé el primer cigarrillo. El humo me mareaba rápidamente, mi mente
se sumergía en una ola de descontrol y mi cuerpo ansiaba la compañía de otro solo
por un instante. Tenía que cumplir las exigencias de mis primitivos instintos.
Y
ante mis ojos apareció la razón de cualquier acto desenfrenado, apareció el
capricho y el deseo personificado. Se aproximó muy cerca y desencadenó todo su
poder. La impresión fue una de las más fuertes que había sentido en los últimos
años.
Era
la lujuria enfundada en pantalones blancos.
Me
quedé mirando desde lejos. No era el único. Muchos observaban ese espectáculo
de baile sensual, esa perfecta armonía corporal, esos movimientos que dejaban
sin aliento a la multitud. Era un dulce instrumento de redención o una
placentera trampa hacia el pecado.
Todo
esto me puso como un cavernícola, desconecté por completo mi mente y me lancé a
la caza. El instinto de posesión se apoderó de mi débil cuerpo y tiró abajo mi
inquebrantable raciocinio. Traje de vuelta viejas costumbres y mañas algo
oxidadas que no usaba en mucho tiempo. No podía acercarme, no podía ser yo
mismo, no tenía fuerzas para apartar los ojos de esos benditos, ¡Benditos, si!, pantalones blancos.
Traté
de acercarme indirectamente, por medio de otros.
Un
par de copas y otra cajetilla de cigarrillos.
La
respuesta llegó a mí más rápido de lo que esperaba.
“No va con nadie, pero le gusta alguien
más”
Como
si me estamparan contra la pared…
Como
si se abriera un gran hoyo bajo mis pies…
Sobriedad
súbita.
No
necesité volver a pensarlo, una vez más había demostrado la torpeza de mis
instintos, una vez más me había dejado dominar por la demencia, por el
capricho. Mi razón se regocijaba, era la ganadora.
Vi
la larga barra, ahora convertida en un refugio, y fui por otro vaso de alcohol.
Diversos
sentimientos luchaban por hacerse un lugar dentro de mi corazón pero ninguno
era lo suficientemente fuerte para quedarse. Indiferencia, decepción, algo de
tristeza, frustración y por alguna extraña razón un pequeño atisbo de dignidad
y superioridad; aún así mi mente recordaba la razón de mi descontrol, esos pantalones blancos.
No
sé cómo ni en qué momento dejé escapar parte de mis frustraciones, pero
afortunadamente un ángel, muy diestro con las botellas, fue quien me escuchó
atentamente.
“Tienes toda una vida por delante y te
vas a dejar cagar la noche por alguien en pantalones blancos. No seas tonto.” Sabias palabras, tenía razón completamente.
No
sé si fui yo, el ángel o el alcohol, pero me sentí reconfortando. Deseché
completamente la idea de posesión de mi mente y exploré todo con más atención. Era
tonto sufrir por una batalla en la que nunca tomé lugar. Aún seguía mirando a
la razón de mi súbito descontrol, pero ya no tenía el mismo efecto en mí. Lo
tomé de una manera más calmada, más indiferente.
Su
baile era un regalo a los ojos, pero ahora ya nada más que eso. Se acercaba
cada vez más, moviéndose sensualmente al ritmo de la música. No presté
atención. Crucé la mirada, me devolvió una rápida sonrisa. No me dejé
intimidar, aún así sentí el temor circulando por mis venas como frías
serpientes. Tenía miedo de liberar nuevamente mis instintos y perecer en el
intento.
Siguió
bailando hasta que sentí su cuerpo contra el mío.
Mi
mente no trabajó lo suficientemente rápido.
¡Mierda!
Continuará...
No hay comentarios:
Publicar un comentario